Hoy, sábado, uno de esos
estupendos en los que la niña se levanta tarde (8 am, y aclaro para los no
padres que si, es tarde) y una llega hasta pasado el mediodía empijamada. Para
mas gozo, hace sol, así que por la mañana decidí salir al patio, empijamada y armada con un
tarrito de cristal para con premeditación y alevosía apropiarme de cuanta mora
madura encontré en la zarzamora del vecino, que se cuela tras nuestro muro. Tras
dos tarritos llenos me di por satisfecha :-)
Mientras recogía las moras me
acordaba una barbaridad de mis primos, de Zamora, de la finca de una de mis tías
y de La Fuente (como si solo hubiera una) donde bajábamos a coger moras muchas
tardes de verano, durante muchos veranos. Creo que solo dejamos de bajar cuando
unas arañotas como puños, negras y amarillas invadieron nuestras preciadas
zarzamoras convirtiendo la recolección de las bayas en una labor harto
peligrosa. Tras la colecta las lavábamos en La Fuente, a veces abriéndonos
hueco entre las ovejas que se refrescaban el gaznate en el abrevadero de piedra.
Y una vez lavadas, banquete, porque sabíamos que al volver a la finca los
adultos darían buena cuenta de aquellas que no nos hubiéramos comido.
Esta vez, sin familia cerca para
compartirlas me he encontrado con unos trescientos cincuenta gramos de moras,
algunas gordas como ciruelas, para un marido al que no le motivan en exceso,
una niña que las puede convertir en “acuarelas” contra la pared y una
servidora. Con semejante perspectiva acudí a San Google y me iluminó con su sabiduría
enseñándome el camino hacia la salvación, la mermelada de mora.
Y así fue como lo hice: A mis
350 gramos de moras (menos 4 que osada decidí reservar para el disfrute de la
benjamina) lavadas y en un cacito les añadí 125 gramos pasaditos (150 en
realidad) de azúcar. Tras machacarlas con un machacador (obvio ¿verdad?) las
puse al fuego y les añadí un par de rodajitas de limón, por aquello de que no
quedara aquello extremadísimamente dulce, y lo llevé a ebullición.
A partir de
ahí mucho revolver y mirar la consistencia y poco más. Cuando sentí que aquello
tenía suficiente viscosidad apagué el fuego y lo metí en su tarrito de cristal
otra vez, pero esta vez en forma de apetitosa jalea con trocitos.
Unas horas después, en una
merienda tempranera (porque no me aguantaba las ganas de probarla) y aún
empijamada, coroné una rebanada de pan con mantequilla con mi mermelada y
comprobé que ….. ¡me ha quedado de
muerte!
pd: las cuatro moras reservadas
para la peque fueron devoradas en cuestión de segundos y sin daños colaterales.
DP3HPM46BYMB
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En la zona donde viven mis padres había tantas moreras que ahora me tiene harta.
ResponderEliminarDe todas formas este verano hice un descubrimiento estupendo: en Lakeland venden unos "moldes" para hacer helados y polos que van dispensando el helado como si fuese una barrita de pegamento. Metí la papilla de frutas un día, se la dí a la renacuaja cuando se volvió "helado"(entonces ella tenía unos siete meses) y se volvió loca con el invento. Además no manchó ni después de derretirse.
Tendré que pasarme por Lakeland, que aunque con 4 moras no la lió, no me fío ni un pelo de ella :-) y seguro que también le encanta la idea
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